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Ana Laura Brito I Egresados S.P.A.

Mi comunidad

Me dispongo a escribir sobre mi tan querido Colegio y se me aparecen, como ráfaga de imágenes, las caras de profesores y compañeros compartiendo mañanas y tardes, pasillos, comedor, charlas, risas, el calor del sol en el patio después de comer y el cariño de aquellos educadores -formales e informales- que me ofrecieron su contención desde un lugar tan cercano siempre que lo necesité…

Y es que el aprendizaje más importante no se da solamente en el contexto de un aula… No se encuentra en un libro o en el cronograma de una clase… Está en cada vínculo que se comparte, en cada mirada, palabra o gesto… La habilidad más significativa para el desarrollo del bienestar en la vida adulta es la de integrar el aprendizaje emocional al académico, sabiendo vivir en comunidad…

Esto es lo que el Colegio San Pedro Apóstol, mi querido “cole”, supo siempre promover: Comunidad. No sólo un espacio de clases, conceptos, números, ejemplos, tareas y evaluaciones nacionales e internacionales… Fue mi segundo hogar durante mis intensos años de adolescencia.

¿Quién puede dudar de la influencia de un entorno como la escuela en el desarrollo de la personalidad? Si pasábamos más horas a la semana interactuando con compañeros y educadores que con nuestros familiares…

Por eso es que cada vez que vuelvo a mi ciudad y visito “esta otra casa” que me vio crecer -por fuera y por dentro- siento como si no hubiera pasado el tiempo… Como si en cada baldosa estuviera impreso un momento de mi historia… Y vuelvo a vivirla como la primera vez… Solo que desde los recursos de otra: la profesional, la mujer independiente y emprendedora, y también la sensible y la humana… Y en alguna parte de mí sigo siendo aquella adolescente que reía, lloraba, descubría el mundo con ojos inquietos e inexpertos, y aprendía a elevar su voz en él, con respeto y humildad… Porque esos y tantos otros valores me transmitió mi colegio. Porque tuve en él un modelo de escucha, de empatía y comprensión. Porque me dio ejemplos de humanidad al proponer un marco en el que los alumnos pudiéramos expresarnos y ser tenidos en cuenta, lejos del autoritarismo y la solemnidad, y cerca de las personas... Porque aprendí a negociar con otros, fueran pares o educadores. Porque me enseñaron a recibir consejos y al mismo tiempo me estaban enseñando a darlos. Porque supe valorar similitudes antes que buscar diferencias… Y todo esto es ser “comunidad”…

Hoy sigo siendo alumna: en otros espacios, en otras búsquedas, sigo aprendiendo.… Y al mismo tiempo, soy quien enseña, porque es a lo que me dedico: soy profesora de disciplinas de desarrollo personal, de habilidades sociales, de expresión artística y espiritual…

Evidentemente al partir de mi ciudad hacia nuevos rumbos me llevé parte de cada uno de esos educadores que con su ejemplo amoroso, y sin yo darme cuenta, moldearon lo que luego sería mi propia capacidad docente.

Por eso es hoy doble mi agradecimiento hacia todos ellos y hacia el colegio como institución: por todo lo que fui esos años, y por todo lo que soy hoy; porque soy tanto esa alumna curiosa como la docente amorosa…

Ojalá todos los adolescentes tuvieran este tipo de experiencias enriquecedoras y formadoras de recursos propios. Les deseo a quienes hoy les toca ser alumnos, que aprendan a descubrir su propio camino, ese que transitarán mañana.

Ana Laura Brito

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