¿Canadá? ¿Estados Unidos? ¡¿Australia?! ¿A dónde nos íbamos a ir de viaje? Las opciones eran muchas, pero los nervios eran los mismos.
Yo no llevaba más de dos meses en el colegio y ya me querían llevar de viaje, no sabían a dónde, no sabían bien cuándo, pero lo cierto es que tenía que ser a un país en el que se hablara el inglés. Tras dudarlo un poco, acepté y comencé a pagar el viaje sin esperar mucho, sentía que por ser “el nuevo” iba a ser un poco dejado de lado, que no la iba a pasar tan bien como me gustaría, sobre todo, porque iba a pasar mi cumpleaños en el viaje, rodeado de personas que, en ese momento, no eran cercanas a mí y apenas conocía.
Después de más de diez horas de vuelo -y doce de espera- llegamos a Canadá, un país en el que desde el momento en que aterrizás, mirés donde mirés, la amabilidad de las personas y el respeto por el otro, es algo que es bastante difícil de ignorar.
Llegamos a Toronto, una ciudad cosmopolita, uno de los centros financieros más importantes de Occi-dente, una ciudad que derrama inclusión y tolerancia, donde más del 40% de sus residentes nacieron en otro país, y donde la diversidad se celebra y no se oculta ni se trata de esconder.
Cuando llegamos a la residencia, no importó el cansancio ni las más de veintidós horas de viaje que acabábamos de realizar. Se respiraba otro aire, la sensación era distinta, la sensación de ser “el nuevo” que había venido teniendo cuatro meses en el colegio, desapareció en media hora. Veinte conocidos, en poco tiempo se volvieron amigos de toda la vida, de esos que son difíciles de encontrar y no siempre hay.
En Canadá, estábamos todo el día haciendo algo. Todavía me acuerdo que nos decían que la convivencia iba a ser complicada, que nos íbamos a hartar, pero no había momento en el día que nos separáramos. Si no era con una amiga, era con el otro, que nos íbamos a dar una vuelta por la ciudad, a comprar alguna que otra cosa o a hacer un viaje no planeado a Starbucks - de esos que obligaba a los profesores a que me acompañaran porque estaba fuera del horario establecido y se había vuelto necesidad básica tomarme un Chai Latte -.
Éramos inseparables, el vínculo que teníamos es muy difícil de explicar, algo que ni los profesores que nos acompañaron pueden poner en palabras, porque sinceramente, fue un viaje mágico, de esos que te pasan una vez en la vida.
En pocas palabras, el viaje a Canadá me dio veinte nuevos amigos, con los que con solo pasar tres semanas, ya parecía que los conocía de toda la vida. El viaje a Canadá fue un viaje el cual fue único e irrepetible, nunca va a haber otro viaje que lo iguale o lo pueda superar.
Agradezco eternamente al colegio y a mis padres por haberme dado la oportunidad de ir a Canadá, por haberme dado la posibilidad de compartir esa experiencia que nunca, nunca voy a poder olvidar.
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Fran Espino, alumno de 6° año - Nivel Secundario